OpenAI acaba de lanzar sus «mini-apps». Spotify, Canna, Expedia… ya están aquí. No son simples integraciones. Son micro-mundos operando dentro de ChatGPT.
El objetivo es claro: que no necesites salir del chat para nada. Que el chat lo sea todo. La jugada maestra de OpenAI para convertir a ChatGPT en un sistema operativo con el que hablas. O lo que es lo mismo: el amanecer de la computación agéntica.
Los llaman «conectores». Son los puentes que permiten a ChatGPT enlazar con esas apps de terceros. Buscar archivos, extraer datos, consultar contenido… todo sin moverte de la conversación.
No es una superapp al uso asiático. Es algo más profundo, más ambicioso. Una capa de orquestación que se sitúa por encima de todos los servicios digitales. Si funciona, ChatGPT deja de ser un chatbot para convertirse en la interfaz de internet.
La pregunta es inevitable: ¿veremos empresas pagando por aparecer en las recomendaciones del agente? ¿Un SEO para conversaciones de IA? La historia dice que sí. La diferencia es que esta vez no hay una página de resultados que analizar. La decisión ocurre en la sombra, en el flujo sutil de un diálogo.
OpenAI acumula potencia: más computación, más socios, más integraciones. Pero hay un efecto colateral, y es inquietante: cuanto más simple se vuelve la interfaz, más opaco es el proceso que la sustenta. Y, sin darnos cuenta, más dependientes nos hacemos de ella.



